Sendas de Oku (22/..)
Ya es un lugar común decirlo: el paisaje de Matsushima es el más hermoso
del Japón. No es inferior a los de Doteiko y Seiko, en China. El mar, desde el
sureste, entra en una bahía de aproximadamente tres ri, desbordante como el río
Sekiko de China. Es imposible contar el número de las islas: una se levanta
como un índice que señala al cielo; otra se tiende boca abajo sobre las olas;
aquélla parece desdoblarse en otra; la de más allá se vuelve triple; algunas,
vistas desde la derecha, semejan ser una sola y vistas del lado contrario, se
multiplican. Hay unas que parecen llevar un niño a la espalda; otras como si lo
llevaran en el pecho; algunas parecen mujeres acariciando a su hijo. El verde
de los pinos es sombrío y el viento salado tuerce sin cesar sus ramas de modo
que sus líneas curvas parecen obra de un jardinero. La escena tiene la
fascinación distante de un rostro hermoso. Dicen que este paisaje fue creado en
la época de los dioses impetuosos, las divinidades de las montañas. Ni pincel
de pintor ni pluma de poeta pueden copiar las maravillas del demiurgo.
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